sábado 3 de noviembre de 2007

Viaje a Florencia

Despertar en el Hotel Esplendor

Vayamos a la ciudad de Florencia y a sus espacios concretos. Salgamos del recorrido habitual de las agencias de viajes, de los circuitos que marcan las guías. Buscamos hospedaje. En la Via San Gallo, una de las que va a desembocar a la Plaza de la Catedral, hacia el número 30, está el Hotel Splendor. Se llamó Pensión Splendor durante muchos años. Tiene gran calidad interior y paisajística. La primera noche pasa rápido. Te despertarás temprano y saldrás a una terraza superior que da a la Plaza San Marco. Es muy difícil no recordar Una habitación con vistas, la novela antigua (es de 1908) que Edward Morgan Foster dedicó a Florencia y que luego hemos visto en el cine, allí cuando dice: “Era agradable despertar en Florencia, abrir los ojos en una clara y desmantelada habitación, con el suelo de baldosas rojas (...) , con un techo donde rosados grifos y azules amorcillos, jugaban en un bosque de amarillos violines y fagotes. Era agradable también precipitarse holgadamente a las ventanas, pillarse los dedos en desconocidos cerrojos, salir al sol exterior resplandeciente con bellas colinas y árboles y marmóreas iglesias enfrente y muy cerca, en la parte baja, el Arno, murmurando contra la orilla de la carretera”.

Plaza de San Marco

Pero estamos lejos del Arno viendo la Plaza de San Marco. Allí está el convento de San Marco. La Anunciación de Fra Angelico es una sorpresa en la escalera que da subida a las celdas. Son un lugar excepcional del arte renacentista. Los frescos de las paredes de las pequeñas celdas fueron pintados por el fraile y sus discípulos hacia los años 40 del siglo XV. Sorprende a la vista tanta belleza. Antes se podía entrar en las celdas, sentarse ante uno de los frescos –ante Cristo peregrino o La transfiguración y realizar unos minutos de reflexión sobre la belleza del arte. Ahora, cordones rojos impiden el paso. Al final de las celdas está la de Savonarola, aquel fraile dominico que predicó contra los Medici y contra las corrupciones de la Iglesia; aquel fraile que tuvo tantos seguidores que, amenazados los poderes, fue quemado en la Plaza de La Señoría en 1498. Su celda contiene la memoria objetual del indómito predicador, el cuadro famoso de su martirio, los objetos y los muebles de su escritorio...

Miguel Angel

Pero San Marco es el lugar de salida hacia los extremos del arte urbano que más me impresiona. A pocos metros, en la Via Ricasoli, en la Galería de la Academia, es visita obligada el David de Miguel Ángel, junto a tantas piezas más, completadas en los últimos años por un excepcional museo de instrumentos musicales. Desde la Via Ricasoli es imprescisdible volver a Via San Gallo y , en el recorrido hacia el Duomo, detenerse en la Plaza de San Lorenzo: la iglesia del mismo nombre contiene esculturas fundamentales de Miguel Ángel y las monumentales tumbas Mediceas con sus grandiosos sarcófagos marmóreos. El mercado que rodea a San Lorenzo es ocasión de compras de artículos de marroquinería.

Es hora de comer. Pasemos por delante del Duomo sin prisas; a fin de cuentas no somos turistas enloquecidos por ver cosas, tendremos más días o regresos. A Florencia siempre se vuelve. Lo decía Erwin Panofski, el iconógrafo más certero, cuando estudiaba el arte renacentista: siempre que salía de Florencia la primera sensación era la necesidad del regreso.

El mal de Sthendal

A la derecha de la Plaza del Duomo, la via Tornabuoni es un sendero seguro hacia el Arno, pero hay que evitar la celeridad turística que nos puede provocar el mal del exceso de arte, el “mal de Sthendal” que los psicoanalistas definen como sudores, mareos y malestar inexplicable en un turista que recibe tantas imágenes de golpe, tantas visiones, tanto arte de golpe, que no lo puede asimilar y le provoca un choque psicológico. Creemos a la hora de la comida un ritual de tranquilidad. Al comienzo de Tornabuoni está la Plaza Antinori y allí la “Cantineta Antinori”, una enoteca de los Antinori, nobles históricos y además nombre de famosos chianti de la Toscana. El restaurante es muy caro, pero la barra todavía permite tomar unos “crostini di fegato”, una especie de canapé de hígado, y un excelente vino.

Comer en un restaurante popular

Seguimos por Tornabuoni para encontrar un sitio para comer. A la derecha se entrecruzan las salidas de Via Della Vigna y Via Della Spada. En esta última, el restaurante Da Marione, al comenzar la calle, ofrece una oportunidad bastante económica de restauración. Es un restaurante popular. Unos “tortellini in brodo” y una “bistecca florentina” son una sugerencia importante. El vino toscano a granel, servido en los típicos frascos de cristal con indicación de medidas (un cuarto, medio litro, etc.) es bueno. Como los casi diabéticos huimos de los dulces, un queso gorgonzola es un excelente cierre para una comida en un lugar popular que llevo frecuentando desde hace treinta años. Allí nos llevó el querido Marco Massoli una vez, hace ese tiempo, en la que hablábamos de Fray Iñigo de Mendoza, de Vasco Pratolini y de la República surgida de la Resistencia, lecturas con las que entablamos una amistad que la muerte –Florencia es la ciudad en la que se me han muerto más amigos- interrumpió allá por el 84, cuando ya no vivíamos allí y manteníamos el síndrome del regreso, que es peor que el de Sthendal. El café no lo tomaremos en el restaurante. Ya no se puede fumar en casi ningún restaurante de Italia. Los italianos han pasado de fumar casi hasta en misa en los años 70 a una prohibición casi absoluta. El café Paszkowski, en la Plaza de la República, tiene una terraza adecuada para fumar en esta tarde soleada. Evocarás en ella al poeta Ardengo Soffici, quien hace una siglo escribía seguro que en esta misma mesa que:

...el mundo no acaba aquí absorbido por los reflejos de las bandejas y de las bebidas.
La historia da vueltas a nuestro alrededor
como la puerta giratoria repleta de serios clientes...

Una tarde en Florencia

La tarde es ocasión de regresos a lugares muy transitados. Un paseo por el Ponte Vecchio, repleto angustiosamente de japoneses que disparan sus modernísima cámaras, nos lleva hacia la izquierda del puente transitado, a la Via San Niccoló desde la que, si no fuera tarde, subirías otra vez al Piazzale Michelangelo, ascendiendo por el camino de las laderas del monte que permite ver toda la ciudad, el río y los puentes, la geografía vivida en un tiempo en el que recitabas con Vasco Pratolini, en una terraza de aquella calle, con Concha, con Giacomo y Neus, con Pilar y Roberto, con Marco y Marina, con Esther y Giampietro, aquello de


Coged la trepidación
de un tallo en primavera
y la frescura que revienta
desde la serpentina de San Niccolò,
los muros, el cielo de la ciudad lejana,
donde fue bella la juventud
con su miel de muchachas y de hambre...


José Carlos Rovira

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1 comentarios:

Blogger judith ha dicho...

Florencia es increíble, bonísima, tiene un montón de monumentos, arte... todo tiene... lo único "malo" es que hay demasiado turistas, en todas partes... ¡Qué lastima para los italianos viviendo allí!

20 de marzo de 2009 16:40  

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